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SIN SENTIDO

Camino y no sé si avanzo, si voy hacia algún sitio… Todo ante mí es incierto y piso titubeante temiendo que en cualquier momento el suelo se derrumbe bajo mis pies. Vivo en la incertidumbre y mi mente es incapaz de encontrar el porqué de las cosas que ocurren a mi alrededor. Preguntas que no tienen respuesta, supuestas certezas que me llenan de congoja… Hacia dónde conduce este sin sentido, para qué tanto esfuerzo, por qué continuar, qué dirección es la correcta… Así, entre preguntas me ahogo desbordada de minutos iguales, pero que pasan impasibles, sin esperar a nada ni a nadie. Aguardo el consuelo fuera, miro el móvil en el que no suena el mensaje esperado, busco miradas, respuestas, una señal en las figuras que forman las nubes, siempre pasajeras.

“¿Has perdido la fe?”, me pregunto… Y me respondo: “¡Qué fe!”… Esperar, esperar, esperar que alguien me salve, que me rescate, que me lleve consigo al país de nunca jamás donde todo sueño es posible, donde la magia es el lenguaje, donde siempre luce el sol y cantan los pajarillos y crecen flores de mil colores y de mil fragancias… 

Entonces, me detengo, me paro en seco, he llegado al límite de mí misma, al propio abismo que es como un lago lleno del fango de cientos de pensamientos, hilos que se anudan buscando explicaciones, y me detengo… Ha decidido no seguir este  viaje hacia ninguna parte, porque no hay camino, porque me equivoqué de dirección, confundí el destino y tampoco elegí bien el calzado… Y ahora que me paro lo sé: no hay que ir a ninguna parte, no hay que esperar nada, no hay que hacer nada… Cierro los ojos y me dejo caer hacia dentro, hacia las propias profundidades, guiada por mi propia voz que me susurra y me dice que tan solo observe mi respiración, que tan solo escuche los latidos en mi pecho, que tan solo sienta mi cuerpo, que tan solo descubra el vacío, el amoroso y brillante colágeno que une cada una de las partículas que conforman quién soy.  Y es ahí donde descubro que era a mí a quien buscaba, y, por un instante, me encuentro en esa esencia silenciosa que palpita armónica, que no pregunta ni responde, que es certeza pura, que vibra plena de sí misma, que, sin sentido, se llena de sentido.