SENTIR LA VIDA

Es domingo, ha amanecido con lluvia y me siento en el sillón, con el ordenador, dispuesta a escribir un nuevo artículo. Antes, me he preparado un café y he abierto de par en par la cortinas del balcón, para poder recibir la luz y la imagen serena del cielo encapotado y de los árboles que, afortunadamente, tengo enfrente y que se mecen con el viento, tranquilos. Al recordar cómo se ha ido llenando de verde el vacío en sus ramas a lo largo de estos meses de incertidumbre, veo lo importante que es aceptar los ciclos de la vida.

Se impregna la atmósfera de un silencio atemporal que invita a que las palabras fluyan sin resistencia, al degustar la verdad de este instante que cobra sentido porque es vivido en cada sensación, en cada emoción, en cada pensamiento… 

Sentirse vivo es esto, es impregnarse de cada segundo, perderse en la contemplación de la vida, de cada uno de sus matices, de cada escenario, para encontrarse en la esencia amorosa de la que todo se nutre. Para descubrirse, incluso, en aquellos momentos en los que la realidad te muestra su crudeza, porque también son vida, a pesar del dolor. 

Quizá lo importante sea conseguir ver, como en el caso del árbol, hace poco desnudo y vulnerable, golpeado por el viento gélido, que la fragilidad es nuestra verdadera fuerza que, al entregarse a los ciclos, se recompone con el mismo material que la destruye.

Si fuéramos capaces de ver que solo el amor perdura en el tiempo, que esa esencia que teje todos los instantes es lo que nunca muere en nosotros, que cada alegría, y también cada sufrimiento, esconden tras de sí la verdad de nuestra infinita fuerza, más allá de la piel, de los tejidos, de los huesos… Si tuviéramos la convicción de que en realidad nada nos puede dañar, seríamos capaces de Vivir, sin tanto peso, los más terribles instantes de una vida, pues es el verdadero amor, que nos hace fuertes a la vez que frágiles, el que nos hace atravesarlos. 

Ahora el sol, tímido, se abre paso entre las nubes y pinta las ramas, los tejados y hace brillar las alas de una paloma que planea efímera en el aire, con una luz  dorada. Es el eco de la eternidad que está en todo cuando son unos ojos amorosos los que la contemplan. Poco a poco, el azul parece hacerse hueco en el cielo, y siento la plenitud que me colma, al menos por este instante. 

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